Opinión
LOS NOGALES
LUNES 10 DE FEBRERO DE 2025 · 22:33 HS
Siglo XXI. La era de los avances, el progreso, la tecnología. Nos vendieron la idea diciéndonos “Que todos tenemos las mismas oportunidades”. Pero para algunos, la desigualdad no es solo un concepto, es el pan de cada día.
Esta es la historia de una mujer de 50 años, divorciada, trabajadora de la salud. Paso por ocho residencias diferentes, siempre buscando un lugar donde pueda asentarse, pero al parecer, el mundo parece tener otros planes para ella. Una mujer que nunca pensó que llegaría a esta edad sintiéndose atrapada, invisible para la sociedad, que fue abandonada por un sistema que da a entender que solo funciona para algunos.
Como sabemos, la pandemia trajo consigo una crisis sanitaria global, pero no solo eso, también estuvo acompañada de una crisis social aun mas profunda. Mientras varias personas aplaudían en los balcones por los trabajadores de la salud, muchos de ellos enfrentaban una discriminación silenciosa y despiadada.
Ella lo vivió en carne propia: Durante la pandemia, su lucha aumentó. Aunque trabajara en el sector de la salud, muchos locatarios rechazaban la oferta de alquilarle ya que la consideraban como un “Posible canal de infección”. La discriminación y el miedo irracional la empujaron aún más al margen de la sociedad. De repente, ser marcada, y desplazada se convirtió en parte de su vida cotidiana.
Las puertas se cerraban antes de que ella pueda explicar su situación. La estigmatización
de los que estaban en la primera línea de batalla fue unas de las grandes
contradicciones de la pandemia. Cuando trabajaban en los hospitales, eran héroes, pero "parían" cuando intentaban conseguir un hogar.
De un día para otro, ser señalada y desplazada se ha convertido en su nueva rutina de vida.
Finalmente, encontró un alquiler que podía costear. Un lugar que se notaba tranquilo, sin contrato de por medio, pero ella confió en la palabra de su locatario. Pero con el tiempo, la tranquilidad ya no era la misma
La falta de agua no es una nueva noticia en esta residencia. Lo que en un principio fue un inconveniente temporal, se convirtió en uno constante. En el grupo de vecinos el locatario justificaba la falta de agua con excusas que no sostenía.
Pero la realidad era otra:
Aquí es donde nos topamos con las grandes falencias de muchos alquileres informales: la ausencia de regulación y control. Sin tener un contrato, sin garantías, los inquilinos quedan completamente a merced de los propietarios.
Cuando pagas un alquiler no solo pagas por el lugar físico, sino por: El agua, luz. Gas, elementos esenciales para la vida cotidiana. Pero en muchos casos estos tipos de servicios no están garantizados
La pregunta es: ¿se puede llamar hogar a un lugar donde no tenemos los servicios básicos?
Cuando el agua es escasa, uno se ve obligado a encontrar soluciones improvisadas. Levantarse en la mañana para llenar baldes, depender de la ayuda de los vecinos, hacer malabares para cubrir una necesidad tan básica como bañarse y cocinar.
Pero, ¿Por qué normalizamos esto?
¿Por qué aceptamos vivir en condiciones que no son dignas?
Vivimos en un país que se paga por todo, donde cada mes se tiene que reunir dinero para el alquiler, los servicios y alimentos, uno esperaría al menos recibir lo indispensable. Pero no, la precarización del acceso a la vivienda hace que las personas tengan que aceptar este “disponible”, aunque no sea lo justo, aunque no sea suficiente.
El problema no es solo la falta de agua, sino la falta de derechos.
Ella también pensó en tener otros ingresos, pero la realidad era otra.
Cuando se propuso conseguir otro trabajo, se encontró anuncios de este tipo: “Te estamos buscando si tienes entre 25 y 38 años”.
¿Acaso las personas de 40 o 50 años dejan de ser útiles?, ¿Dejan de tener capacidad en el trabajo?
A pesar de sus años de esfuerzo, el sistema la empujo a la exclusión laboral. Aclaro, no solo a ella, sino a muchos. El problema no es la falta de voluntad,sino la falta de oportunidades.
Ella todavía no olvida lo que enseñaron de joven, “Con esfuerzo se logra todo”, pero la realidad le demuestra lo contrario.
Esto viene de larga data, desde la época desde los conventillos, donde los inquilinos vivían en malas condiciones y sin derechos.
Pero hoy, en el siglo XXI, las personas siguen pagando por mentiras, disfrazado de seguridad y comodidad cuando en realidad todo es una estafa. No hay peor mentira que aquel que, juega con la necesidad de otro, se atreve a vender una apariencia de una “vivienda segura” a quienes solo quieres resguardarse bajo un techo.
Recordemos que la desigualdad no es un “concepto abstracto”. Es real. Es diaria. Y hasta que no se tomen medidas, pasara desapercibida
Mientras los gobiernos que para algunos son los “Grandes” y los poderosos crecen, la vida de muchas personas parece haberse detenido.
Sin oportunidades.
Sin esperanza de mejorar su situación.
Sin vivir
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